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Juan Gabriel, radiografía emocional de un ídolo

Leopoldo Lezama


leopoldlezama

2 septiembre, 2016 @ 9:15 am

Juan Gabriel, radiografía emocional de un ídolo

Más fuerte que el amor

Por decreto espiritual: para mi madre

El pasado domingo 28 de agosto, México vivió uno de los momentos más tristes de su historia reciente. Pasado el medio día comenzó a circular la noticia de que el último gran ídolo de la canción mexicana, Juan Gabriel, había fallecido. No es poca cosa decir esto, en una era en que la mercadotecnia se ha empeñado en crear talentos que a fuerza de mediocridad se caen a los pocos años. El magisterio de Juan Gabriel en la música popular se alza hoy tras medio siglo de haber permeado la sensibilidad de los hispano hablantes. Según algunas cifras que atiborran los portales de noticias, el Divo de Juárez vendió 150 millones de copias. Esto significa más de un disco por mexicano. ¿Pero qué hizo tan famoso a este cantante nacido en una casa humilde de Parácuaro, Michoacán, en 1950? Esto es imposible saberlo, porque el tamaño del fenómeno supera cualquier juicio. Sin embargo, haremos una aproximación más desde la afinidad personal que del análisis musicológico.

Es la fuerza y el sentimiento que imprime en sus canciones, la calidad y emotividad de su voz y sus composiciones, lo que quizás crea una distancia entre Juan Gabriel y el resto de los intérpretes y compositores mexicanos con enorme arraigo popular como Pedro Infante, Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez, Agustín Lara o José José, por mencionar sólo algunos. Juan Gabriel fue capaz de llegar a los sectores y los temperamentos más diversos de la sociedad mexicana gracias a canciones sencillas pero de una honda fuerza expresiva.

Juan Gabriel aniversario
Imagen de: laprensasa.com

México es un país que encuentra su identidad en el desarraigo, la orfandad, el sentimiento de que en la fiesta estamos juntos, pero al llegar la madrugada es hora de volver solos a casa. Juan Gabriel fue un niño abandonado que creció en un orfanato y gracias a amigos y mecenas, logró salir y hacer vida en la música. Rechazado por su madre y hermanos, llegó a la ciudad para probar suerte en estudios de grabación y disqueras. Y aunque logró dar el paso hacia lo más alto de la fama, sus orígenes son la soledad, la errancia.

Ese ir hacia ninguna parte que se halla en la canción popular del Siglo XX, esa “Noche de ronda” que transita un camino amargo que “comienza siempre llorando y así llorando se acaba” como dicta el “Camino de Guanajuato”, Juan Gabriel lo supo concentrar en cientos de canciones que hoy anidan en la estructura sentimental de millones de mexicanos. Es el abandono, el desamor, el despecho expresado con una pasión y una vitalidad tal que se desborda en la celebración del alma y el cuerpo; porque en Juan Gabriel, el contoneo de las caderas y los hombros ha venido a robarle espacio a cualquier forma de amargura. Y eso lo sabe la gente, por eso con Juan Gabriel no sólo se va un extraordinario cantante y compositor, sino el último gran entusiasta de las masas. Juan Gabriel es el hombre triste que se propuso encontrar en la festividad, en el baile y la sensualidad, el consuelo del que careció en la infancia, pero que curiosamente es el mismo que ha buscado el país en décadas de sufrimiento, incertidumbre y abandono.

Su autenticidad también ha contribuido a formar el personaje. Antes de Juan Gabriel era difícil aceptar abiertamente la homosexualidad desde la fama, pero al Divo le pareció que manifestarse tal como se es, era una condición para conquistar al público, como lo confirman las palabras que aparecieron en una enorme pantalla al final de su último concierto en los Ángeles, California: “Felicidades a las personas que se sienten orgullosas de ser lo que son”.

Juan Gabriel contribuyó no sólo al boom de la cultura homoerótica, sino que la incluyó en el imaginario seductor de una sociedad ultra machista. Por esa razón se podía ver en los palenques a los botudos sombrerudos bailando las canciones de Juan Gabriel, lo mismo que a los oficinistas, padres de familia, rockeros e intelectuales. Y lo que parecía una blasfemia en el país de Jorge Negrete se hizo posible: Juan Gabriel puso a menear las caderas del tradicional mariachi (símbolo supremo del macho mexicano) al ritmo de “Me nace y me nace y me nace y me nace del corazón, decirle que usted es mi vida, que no sé vivir sin usted, que no sé vivir sin usted, disculpe que se lo diga. Pero es que no aguanto más, este amor me calcina, me nace del corazón y el corazón me domina”. Y el mariachi dando vueltas y gritando “ay ay ay ay ay”… y el botudo avienta el sombrero, y el oficinista se desajusta la corbata, y el intelectual avienta el morral con todo y Mac y El arco y la lira… bienvenidos al mundo de Juan Gabriel, señoras, pero sobre todo, señores. Y si algo sucede entre “El Noa Noa” y “Tú estás siempre en mi mente”, será culpa de la música.

El espectro que cubre Juan Gabriel es amplísimo: las madres lo adoptan como a ese hijo incomprendido, abandonado, al que es preciso cuidar en la soledad de la hora de hacer la comida, pero también las jóvenes que acompañan sus desamores con el árido despecho de “La farsante” o “Te voy a olvidar”. Juan Gabriel es el hijo de todas las madres de México, y basta con mencionar aquel mítico concierto del Palacio de Bellas Artes en 1990, cuando a la hora de interpretar “Amor eterno”, Juan Gabriel hizo una memorable dedicatoria: “Quiero dedicar esta canción con mucho amor y respeto a todas las mamás que esta noche me han venido a visitar [en ese instante guarda silencio y señala al cielo]. Pero sobre todo, a aquellas que están un poquito más lejos de mí”. Algunas mujeres que se encontraban en el segundo piso gritaron eufóricas, pero las más avezadas entendieron que Juan Gabriel dedicaba la canción a las madres ausentes, a su propia mamá fallecida en 1972.

Por eso, cuando llegó la noticia de su muerte, lo mismo vimos llorar a las abuelas que a las hijas, a los tíos, primos, hermanos y vecinos. Se había ido una voz, una sensibilidad que nos acompañó siempre. México lloró fuerte y hubo quienes confesaron que su mayor dolor era no haber llevado a sus mamás a ver a Juan Gabriel.

México es un país que ha vivido siglos de orfandad y de sufrimiento, su historia pareciera la tonada larga de una canción triste que nunca terminó de encontrar un oído. Un desamor eterno lleno de despojos, asesinatos y miseria. De soledad. Por eso, México encontró en Juan Gabriel a ese a hijo extraviado y lo recibió en su más profunda intimidad, ese lugar de donde ya no saldrá nunca porque finalmente, Alberto Aguilera Valadez encontró un hogar.

 

Leopoldo Lezama

Editor y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía de la UNAM. Ha colaborado en diversos medios nacionales y extranjeros como Confabulario, Letralia, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Sinembargo y Consideraciones. Actualmente dirige la revista electrónica Máquina.

Un comentario
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    María Inés Zapata Thompson

    Que clara y emotIva forma de describir a un grande.

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