Gato con Lentes

Música, ciencia y tortura

Colaboradores


12 julio, 2016 @ 10:03 pm

Música, ciencia y tortura

Miguel Aguilar Dorado

 

De mis piernas temblando, de mi boca gritando: eso no, eso no, por favor, ten piedad ¿no comprendes que yo no sopor… no sopor… no soporto el rap, no soporto el rap?

Joaquín Sabina

Music is my beach house music is my hometown.

Music is my king size bed, music where I meet my friends. Music is my hot hot bath, music is my hot hot sex. Music is my back rub; my music is where I like you to touch

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  1. Mi amigo Juan Luis —quien se estrena como papá—comparte videos en los que se le ve tocando la armónica para su hija Victoria de apenas dos meses; en unos Victoria se observa tranquila, en otros feliz, en resumen, es evidente que la música tiene consecuencias en el comportamiento de Victoria y que Juan Luis está aprendiendo qué tipo de música debe tocar para lograr qué en su hija.
  2. Erick Martínez (Guarura), músico de profesión y oaxaqueño por convicción, toca porque tiene que tocar, porque de eso vive, porque le gusta tocar y porque no encuentra mejor forma de expresarse: lo vi componer sones para quienes lo abandonaron y para quienes le robaron el sueño. Músico a fin de cuentas, Erick cambia comportamiento y hexis corporal con lo que escucha: si llegas a su casa, suena Bach y viste una guayabera, entiendes que Guarura está dispuesto a hablar, a compartir historias e ideas. En cambio, si te recibe con una playera negra de Pantera y suena “El primer meco” de Brujería, el visitante entiende que le esperan historias de enojo: asaltos, materias reprobadas, engaños o problemas con la tubería de la casa. Recuerdo una fiesta en la que uno de los invitados hizo el gesto de cagarse en la alfombra: se bajó el pantalón, se puso en cuclillas y presumió su ano dilatado a los presentes. Erick dejó la sala en donde estábamos reunidos, fue a su habitación, salió con una playera de Slayer (antes vestía una de Janis Joplin) y puso algo de Immortal (antes sonaba Earth, wind and fire) y de un puntapié levantó al coprofílico quitándole toda intención.
  3. Perla Flores, violinista convencida del valor de la vida; frente la masacre de Ayotzinapa hizo lo mejor que pudo hacer: tocar e invitar a tocar; convocó a parte de la Orquesta Sinfónica Nacional argentina, y junto quien escribe y Marina Combis (extraordinaria periodista y una persona que vive el tango), organizó un evento en el que la música aglutinó a más personas de las que pudo hacer cualquier discurso político. En el suceso que seguí por streaming gran parte de la asistencia se notaba triste, Perla y Marina se irguieron, trataban de mantenerse en una pieza pero la voz se quebró cuando se recordó al maestro Szymsia Bajour y se hizo mención a la dictadura argentina, a su vigencia, a su símil con la tragedia de los 43, que es del mundo entero.
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Lo que estos ejemplos tratan de mostrar es que la música no solo pasa por los oídos, también pasa por el cuerpo, se mete por los poros y logra cosas extraordinarias como que Victoria, Erick, Perla y Marina cambiaran sus comportamientos, desde la tranquilidad y el sueño hasta el llanto y la furia.

Esta relación entre la música y los comportamientos es algo que la ciencia social ha estudiado y que distintos órdenes del poder han capitalizado: escuelas y “músicas” que marcan entradas y salidas a las aulas, ejércitos y bandas de guerra, y ejemplos casi literarios, como el asedio de heavy metal al que la armada estadounidense sometió —durante su captura— al dictador panameño Manuel Noriega quien, de acuerdo con sus biógrafos, tenía predilección por la ópera. Dato que bien interpretado nos dice que los sujetos reaccionamos diferentes a las señales musicales, no que el heavy metal sea tortuoso. “No eres tú, es tu gusto musical” tu capacidad para interpretar señales que encuentro placenteras. De la misma forma que para muchos de nosotros resulta mucho más tortuoso escuchar media hora de bachata que cinco de grindcore, para Noriega resultaba más insoportable escuchar “You shook me all night” de AC/DC (Ross, 2016) que gritos y amenazas de muerte.

La música, entonces, es placentera pero también dolorosa, genera miedo y más aún si entendemos que de la música no podemos escapar: no existen tapones de oídos que cubran todo el sonido, las ondas hertzianas atraviesan paredes, vidrios y metales. De hecho, por paradójico que suene, la ausencia de sonido produce sonido: si entramos en la cámara anecoica de los laboratorios Orfield, en Minneapolis, la ausencia de decibeles (‒9,6) se traduce en la presencia de ruidos: la sangre corriendo, el corazón bombeando, el aire entrando y saliendo de los pulmones y una serie de resonancias que derivan en alucinaciones y pérdida del sentido.

El sonido como herramienta es algo que los científicos de la tortura utilizan y que bajo la premisa de que “la música es inerme” han logrado que algunos protocolos internacionales sobre el tratado a los detenidos consideren que el “uso controlado de diversos tipos de música puede ser utilizado para obtener información”.

De acuerdo con Alex Ross (2016) estas son algunas notas de la bitácora del interrogatorio a Mohammed al-Qahtani[1] en el que la música desempeñó un papel fundamental

0400: Al detenido se le ordenó permanecer de pie, se le puso música a todo volumen para que estuviera despierto. Se le dijo que se podía irse a dormir en cuanto dijera la verdad[2].

1115: Los interrogadores entraron en la cabina, había música ruidosa y canciones en árabe. El detenido se quejó diciendo que era una violación a las leyes del islam escuchar música árabe[3].

0345: Al detenido se le ofreció comida y agua que se negó a recibir. El detenido solicitó que apagaran la música, se le pidió que localizara el verso en el Corán donde la música está prohibida[4].

1800: Se hizo una selección de música para alterar al detenido[5]

¿Son esas prácticas tortura? Cualquier lector responderá sin duda —sí, son evidentes violaciones a la dignidad humana. Sin embargo, y por minucias del lenguaje burocrático, la tortura en su acepción psicológica no considera a la música como un instrumento que infrinja dolor o sufrimientos graves, por lo que está catalogada como “técnica para obtener información”.

Lo que me inquieta al punto de escribir este pequeño artículo son al menos cuatro cosas:

  1. La terrible caída de las manifestaciones musicales como inherentemente positivas, esas que defendía Hegel por representar la pervivencia de la razón y que los melómanos aprendimos como terapia de contención, que nos dice (decía) que hay bandas sonoras para la carretera y para follar; para relajarse y para estudiar, en resumen, que la música siempre es buena, tal vez por eso decimos estar haciendo el soundtrack de nuestra vida.
  2. Que la caída de la música al reino de lo opaco no se exclusivamente en el terreno estético, sino en el uso de los sonidos combinados en el tiempo sea una “técnica para obtener información”, para asustar, desvalorizar…
  3. La huella digital: la información que dejamos a probables torturadores en nuestras selecciones en YouTube, Spotify, Tune In Radio, entre otras, porque si estas aplicaciones son capaces de darnos recomendaciones basadas en nuestros gustos, es de suponer que el mismo algoritmo puede ser utilizado para romper nuestra voluntad sometiéndonos a música que consideramos insufrible.
  4. El uso de la ciencia social, en particular de la antropología y la sociología para entender, por ejemplo, que para la gran mayoría de los detenidos de Abu Ghraib, Cristina Aguilera resulta terrible, no solo por la temática occidental (es posible que los detenidos no entienda inglés) también porque en algunas interpretaciones del islam las voces femeninas no pueden cantar.

México, por supuesto no es la excepción, durante una visita a una comunidad zapatista en la que estuve varias semanas, los militares que cercaban el MAREZ* tenían como costumbre entrenar el trote entre las dos y las cuatro de la mañana cantando por enormes altavoces algunas de estas estrofas:

Agarra tu maleta, agarra tu fusil

que esta misma noche vamos a combatir

si va vestido de negro yo voy por guerrillero

si va  vestido de verde yo voy por insurgente

¡soy loco soy demente! me gusta la explosión

pisar tu calavera que rica sensación

 

También (luego supe que era de los montañeses chilenos)

Tengo ganas de matarte con la punta de mi bota

meterte una granada para ver cómo es que explotas

¡Vas a volar en pedazos!, ¡vas a manchar mi uniforme!

pero eso no me importa porque quedaré conforme

Hasta ahora que han pasado años de esa experiencia entiendo que no sólo se trataba de amenazar a la comunidad con cantos marciales que evidenciaban odio, también se trataba de despertar, de romper tranquilidades, de dar avisos sobre quien puede decidir sobre el descanso adecuado; se trataba de meterse en los sueños, de quitar la paz, de romper el silencio nocturno y cargarlo con miedo[6].

La música como herramienta de tortura, utilizada en este caso por la milicia, no parece un asunto azaroso: que los militares entrenen el trote a esas horas y con esos cantos en una zona considerada “conflictiva”, como lo es el sur del país, nos dice que existe una persona o grupo de personas que parapetada por alguna política y nombre institucional aprobó el uso de esta banda sonora que, poco sorprendente, es la misma que se utiliza en toda América Latina; una selección que tiene intenciones lejanas a entrenar el paso y los pulmones, más bien tiene usos políticos, de disuasión, de quebrantamiento de voluntades y de amenaza.

En este trabajo no abogo por abandonar la música, ningún melómano podría hacer tal invitación, por el contrario, igual que Ross (2016) creo que de lo que se trata es de quitarle lo inocente a la música y pensarla como un instrumento político, no sólo como una manifestación de un alma sensible; pensarla como instrumento de guerra y aguzar un poco más la mirada para observar como el entorno se modifica con la presencia de sonidos.

REFERENCIAS

Ross, A. (2016). When music is violence. From trumpets at the walls of Jericho to pop songs as torture in Iraq War, sound can make a powerful weapon. The New Yorker.

[1] Traducción libre

[2] Detainee was told to stand and loud music was played to keep detainee awake. Was told he can go to sleep when he tells the truth.

[3] Interrogation team entered the booth. Loud music was played that included songs in Arabic. Detainee complained that it was a violation of Islam to listen to Arabic music.

[4] Detainee offered food and water—refused. Detainee asked for music to be turned off. Detainee was asked if he can find the verse in the Koran that prohibits music.

[5] A variety of musical selections was played to agitate the detainee.

* Municipio Autónomo Rebelde Zapatista

[6] En otro escrito hablaremos de la luz y el uso militar.

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