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El instinto homicida viaja a 4 km/h

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unogermango

7 enero, 2016 @ 5:20 pm

El instinto homicida viaja a 4 km/h

@unogermango

A la capital, o le hacen falta calles o le sobran autos: cualquiera de los dos casos es una manifestación de la catástrofe, porque la Ciudad de México, la ciudad de los palacios, colapsó. Sus calles se han vuelto intransitables y sus sistemas de trasporte público, también. Cualquier automovilista, cualquier peatón, cualquier usuario del Metro, lo sabe. Pero el presente es consecuencia del pasado.

Un símil aventurado sobre el patatús de la capital mexicana sería el de un cuerpo canceroso, deteriorándose con lentitud ante el avance de los años, pero su etapa de metástasis acaba de comenzar. Lentamente, está dejando de funcionar, pero no sólo porque es imposible que la sangre circule por su organismo, sino porque esa misma sangre –sus capitalinos– ha enfermado también, tanto que a algunos se les va trepando una cosa negra en el alma.

Flickr: Carlos Chavez

El reventón de nervios

En las charlas de fin de año se hallaron con frecuencia tópicos relacionados con su nuevo reglamento de tránsito, una serie de leyes que nacieron muertas procreadas por la corrupción y la ambición. El Reglamento de Tránsito Metropolitano 2015 es una novedad y una noticia. Es un jugoso, jugosísimo negocio que consta de los siguientes elementos: empresarios voraces; un gobierno enclenque; agentes de tránsito sin honra; multas de primer mundo; y conductores confundidos. Los ingredientes necesarios para el guacamole vial.

Las nuevas reglas tienen sus bondades, porque si no dejan de aplicarse, en algunos lustros el respeto vial podría ser un hábito, más que una obligación. En pocos años, quienes acostumbran el soborno después de violentar el reglamento, no podrán seguir costeando las multas y tendrán que apegarse a los lineamientos hechos para todos. Después de todo, es sabido que en México el civismo no se motiva, sino se compra.

Nada había sido tan vilipendiado como el reglamento de tránsito. Quizá el presidente de la República, pero nada más. Decenas de vacíos legales desamparan a los conductores ante la codicia policiaca. Eso sucede cuando algo se redacta con tanta premura. Puede ser que ni siquiera se haya proyectado en el año 2015; quizá jamás fue proyectado y surgió como una forma de paliar la catástrofe automovilística ocurrida desde julio, cuando a la ciudad se le taparon las venas.

Los grandes problemas para los ciudadanos de la capital son, en el sentido circulatorio, dos: el primero es viajar en trasporte público porque se está volviendo cada vez más agobiante –estoy seguro que de alguna forma se violentan los derechos humanos de los pasajeros del Metro con tan sólo poner un pie en un andén a las siete de la mañana–; los servicios son indignos, malolientes y excesivamente caros para lo que ofrecen. El otro problema circulatorio es igual de terrible, porque trasladarse de un punto a otro de la ciudad mediante un automóvil se ha vuelto una pesadilla de entre una y tres horas. Viajar en auto es un ejercicio yogui de paciencia.

Estos dos problemas, si los sumamos, curiosamente nos resultan uno bastante peligroso: la violencia latente.

Las dos opciones más comunes de traslado en la ciudad, han caído en desgracia. Ninguna funciona. Pero hay una tercera que ha sido la respuesta para muchos amantes del deporte: la bicicleta, una opción con grandes beneficios y muy de primer mundo. Sólo hay dos inconvenientes: que vivimos en el tercer mundo y que a mucha gente no le interesa usar la bici.

Subirse a ella no es fácil: muchos de quienes atraviesan la ciudad o el área metropolitana para llegar a su empleo no tienen la mínima intención de pedalear 10 kilómetros para ir a su trabajo, sudando saludablemente, pero arriesgando, en cada calle, su vida.

La intensidad del tránsito automovilístico es una provocación a los nervios. Admirablemente, la mayoría de los conductores tiene el temple para soportar la angustia. Pero hay quienes no; los hay, y son muchos, con instintos homicidas.

En 18 días, durante los meses de noviembre y diciembre del 2015, en la Ciudad de México hubo 18 ciclistas atropellados, y cinco de ellos murieron. En cada uno de estos accidentes la culpa fue del conductor del auto, y en varias ocasiones se intentó fugar; en algunas de ellas, el mismo tránsito se lo impidió.

Un deceso así siempre es algo grave para la imagen de un gobernante y de su camarilla de pelmazos. El Secretario de Movilidad, por ejemplo, casi culpó a los ciclistas por su falta de pericia; pocos días más tarde Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno, insinuó que el catastrófico tránsito se debía al regreso a las calles de casi un millón de autos y que eso, por supuesto, fue culpa de unos jueces que permitieron la libertad de tránsito para autos con más de 15 años de antigüedad. Como siempre, las autoridades nunca son responsables. En todos los sentidos.

Y como decíamos, el presente está compuesto de deleznables pasados.

Foto: Ciudadanos en red

La responsabilidad cantinfleada

En menos de un año hubo dos momentos críticos para los automovilistas: el primero, en 2014, cuando se anunció el programa con el doble “Hoy no circula” sabatino, en el que los autos con antigüedad superior a los 15 años descansarían obligadamente dos sábados al mes, además del día de la semana que le correspondía; después, apenas en julio del 2015, se anunció que la Suprema Corte de Justicia permitió que los autos pudieran circular a diario, sin importar su antigüedad, siempre y cuando aprobaran la verificación de emisión de contaminantes.

Las reglas del primer programa, el del 2014, adolecían de lógica y presentaban más problemas que soluciones; en el segundo programa (que desechó al primero), más de un millón de autos volvieron a las calles. En la ciudad casi se podía ver el vuelo de las serpentinas alegres, los automovilistas festinando la subsecuente catástrofe, una catástrofe prevista, lógica, anunciada, pero que la autoridad capitalina ignoró. Mancera se enroscó como cochinilla ante el peligro, y sus adversarios y los medios de comunicación jugaron con él una cascarita llanera.

La ciudad hizo implosión. Y las obras eternas y quizá inútiles de la ciudad volvieron más complejo el problema. En el 2014, los expertos en vialidad y urbanismo declaraban que el doble Hoy no circula sabatino tenía la intención de promover la compra de autos. La golpiza mediática contra Mancera lo hubiera hecho llorar si no fuera porque soporta, con estoicismo, hasta las inyecciones. ¿Prohibir la circulación de autos viejos promueve la compra de autos nuevos? ¿Acaso no se da cuenta que el único estímulo para incrementar la venta de autos, es sin duda, el tener dinero? Debes desconocer por completo la realidad mexicana para no percatarte de ello.

Poco tiempo después, los jueces arruinaron el plan de Mancera de embellecer a la ciudad con autos nuevos. Y regresaron los autos viejos. Y la ciudad se detuvo. Y Mancera culpó a los jueces. Y ahora todos queremos llorar.

No obstante, cualquier ciudadano le podría decir, sin temor a la equivocación, que el problema no está en la decisión de los jueces, sino en los verificentros de la antigua capital. Por una cuota de entre 300 a 500 pesos, todos –en verdad, todos– los vehículos pasan las pruebas de emisión de contaminantes.

No hay una sola autoridad que intente siquiera poner orden en los verificentros, porque los permisos para dar ese servicio están distribuidos, por supuesto, entre políticos amigos de los gobernantes. Pero es muy sencillo volver a sacarlos de la circulación: evitar la corrupción en los verificentros. Suena sencillo, tanto como quitar una astilla a la pata de un león.

Flickr: Nicanor Arenas Bermejo

El instinto homicida

Las autoridades del exdeefe buscan culpables para justificar a los ciclistas caídos, pero no hacen sino tartamudear y señalarse unos a otros. Si supieran cómo hacerlo, podrían echarle la culpa a la ciudadanía, pero todavía no se les ocurre cómo. Lo curioso es que tendrían un poco de razón.

Las notas respecto de los ciclistas arrollados siguen en la red y son escuetas, como escritas por robots. Pero no son así los comentarios, en donde hay un debate intenso sobre el uso de las bicicletas en la ciudad. Los detractores tienen argumentos tan sólidos como lo deben ser sus piernas sin ejercitar. Muchos sostienen que eso sucede por la permisión de circular en bicicleta; otros, que las calles son de los autos y de nadie más; los peores, que los muertos tuvieron la culpa por acceder a un sitio reservado para motores. ¿Dónde habrán tomado clases de civismo estos barbajanes?

A todos estos usuarios de las redes, alguien –no sabemos quién fue el pelado– les instruyó muy mal acerca del espacio público. Los automovilistas que creen tener la preferencia de paso por sobre todos, evidentemente no conocen las leyes que rigen las calles de esta ciudad. Lo malo es que son muchos. La tecnología automotriz en un tiempo significó el auge de la civilización; hoy, nos lleva de regreso a la barbarie.

Se tienen indicadores de medición para el denso tránsito, pero no para la intensa histeria que conlleva estar metido en un auto por horas, en el sol, el ruido y el malhumor de los demás conductores. Si existieran, la ciudad estaría sitiada por la milicia y sería declarada zona de excepción. Mientras tanto la vialidad está muriendo, y para resucitarla emiten un reglamento deficiente y malogrado.

La Ciudad de México, la ciudad de los palacios, ya colapsó ante los cuidados del Doctor Mancera, que recetó paracetamol contra el cáncer. Pero no puede negar que la suerte le ha acompañado, porque las vacaciones han disminuido el tránsito en la capital, pero eso se acaba el lunes 11 de enero, cuando centenas de miles de estudiantes vuelven a las escuelas. Las calles de la capital están por volverse incubadoras del instinto homicida y los ciclistas y peatones deben tenerlo en cuenta en cada semáforo, en cada cruce de carriles confinados, en cada vuelta prohibida. Vuelve el instinto homicida y vuelve en auto. Y viaja a menos de 4 kilómetros por hora.

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Editor de contenidos en la Revista Consideraciones. Profesor de la UNAM y estudioso del comportamiento de los gatos. El lenguaje lo es todo.

Un comentario
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    Ciudad de México

    Todo el tiempo voy a El Museo de la Policía Federal

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