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Star Wars y la rebelión del 1%

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unogermango

18 diciembre, 2015 @ 9:58 am

Star Wars y la rebelión del 1%

@unogermango

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Soy del 99% que ha visto Star Wars. No sólo eso: soy de los que han visto toda la serie cinematográfica, la serie animada Clone Wars del creador de las Chicas Súperpoderosas, y algunas temporadas de Clone Wars en 3D CGI; he disfrutado mucho algunas películas y otras las he olvidado –porque eso es lo que sucede con las malas historias– e incluso, soy de ese porcentaje que cayó en la trampa de George Lucas y fui a ver, crédulo de mí, La amenaza fantasma en 3D (aunque en esa versión no hubiera nada con profundidad, ni siquiera los personajes más atormentados). Pero no soy un fan, sino apenas un usuario de lo que se la ha ofrecido a mi generación.

¿A quién le importa lo que yo haya visto o haya dejado de ver? Al parecer, a un fastidioso 1% que se ha desatado en las redes en busca del reconocimiento moral e intelectual por sus supuestas capacidades ideológicas para ausentarse, durante décadas, del mainstream provocado por la industria hollywoodense, esa industria de masas que, supongo, tanto daño ha hecho al cine mundial.

Los comentarios, que comenzaban con “Pertenezco a ese pequeño grupo que nunca ha visto Star Wars”, y solían continuar con comentarios como “pero he leído a…”; “pero he visto las películas de”; “y sé que la vida sigue…”, amenazaron con volverse virales, pero pertenecer a tan reducido grupo lo hizo imposible. Hubo, incluso, la emulación de la principal consigna del movimiento Occupy Wall Street, y se ampararon tras la frase “”Soy del 1% que no ha visto Star wars…”. No podemos negar el ingenio que ocultó al desprecio.

A Joaquín Sabina le escuché decir que la opinión es como el culo: todos tenemos uno, pero pensamos que el de los demás apesta. Y en Sobre la libertad, de John Stuart Mill, leí que la infalibilidad de las ideas sobre sí mismo es propia de los príncipes absolutos, aunque siempre quepa la hipótesis de que eso sea un error. En este caso, ambos tienen la razón.

No es la primera vez que se denigra a la masa por particularidades. La generación nacida en México en los años 80 ha sido considerada como una nulidad desde aquellos estigmas que solían aplicarse, como “Generación X” o “Generación perdida”, involucrando a la apatía como una forma de sometimiento político y de esclavitud autoinfringida. Esto provenía directamente desde la academia, que trató de encerrar a varias décadas de juventud en la “deshonra” de la invalidez mental. El juicio sobre nuestra historia es negativo y es permanente.

Por eso no sorprende la virulencia de los dichos sobre quienes gustan de la saga cinematográfica, porque en realidad las frases no son el fondo de los comentarios. Tener una cuenta en  Facebook o Twitter te autoriza a arrojar tus pensamientos a la mar salvaje, aunque la disponibilidad total en tiempo y espacio pocas veces permite la administración de la efusividad. Todo se lanza a las olas, tanto las margaritas como los puercos. Tanta información vertida en las redes puede provocar una borrachera de saberes, pero como en todas ellas, siempre ocurren dos cosas: sale a la luz el verdadero “yo” del borracho, y la resaca es inevitable.

En ocasiones, para validar el menosprecio a la saga de La guerra de las galaxias, se vieron en la necesidad de fundamentar sus comentarios con intelectualidades estereotipadas. Varias anotaciones aludían a Julio Cortázar: sugerían que haber disfrutado su obra, activaba, de alguna forma, una barrera contra la cultura popular (como si acceder a sus libros fuera tan complicado que leerlo se convirtiera en un acto de heroísmo supremo). Entre otros comentarios, se hallaba uno donde la presunción era haber visto Citizen Kane (sic, en inglés). ¿No se les humedecen los ojos por la ternura?

Uno se pregunta, frente a esto, de dónde habrán sacado los indicadores para estigmatizar y reducir a la ignorancia a la masa, sólo por su gusto por la ciencia ficción en el cine. Nadie puede obligar a nadie a subirse al tren publicitario de la nueva película de Star Wars, como tampoco puede señalarse a alguien por sus gustos personales. No lo digo yo, lo dice la Declaración universal de los Derechos Humanos. Entonces, es insulsa –y hasta ilegal– la necesidad de minimizar, despreciar o denigrar, el gusto o el rechazo por una película.

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Las actitudes del supuesto uno por ciento son la muestra de que la intolerancia también puede ser hacia las mayorías. Sin embargo, cualquiera se percataba de que los comentarios despectivos trataban de demostrar cierta superioridad intelectual, la cual era desmentida por esos mismos comentarios. En esa borrachera informativa que produjeron las miles de anotaciones sobre la nueva película de Star Wars, el uno por ciento arrojó publicaciones peyorativas que recordaría en la cruda, trazadas desde el pensamiento más básico, inmediato, lejano a la reflexión y el autocontrol. La soberbia intelectual suele ser traicionera.

Reconozco en amigos y conocidos un pensamiento profundo y serio; veo en muchos de ellos la madurez de años dedicados a su profesión. Artistas, profesores e investigadores dedicados a la búsqueda y promoción del conocimiento, han disfrutado de los productos con los que han intentado denigrar a nuestra generación: muchos se divierten en planetas inexplorados o pelean batallas épicas contra extraterrestres, narcos o monstruos en el XBox; los he visto emocionarse tanto o más con Neo esquivando balas que con las tomas en contrapicada de Orson Welles; hemos compartido opiniones sobre el dilema de Antígona en la misma charla en que discurrimos la psicopatía de Batman; y por supuesto, no ha faltado la divagación sobre lo fácil que es ser un Jedi comparado con la dificultad de ser Han Solo. Nunca, en estos años, ha menguado su capacidad intelectual por leer cómics o jugar videojuegos. Mucho menos por ser fan de… de cualquier cosa.

Me gustaría decir que el uno por ciento está equivocado, pero no es así. Tienen razón al sentirse superiores; tienen razón al observar que su capacidad está ligada de forma sustancial a su insaciable hábito de la lectura y su impoluto gusto cinematográfico. Esa es su libertad: decir y pensar lo que les venga en gana. Con esa misma libertad, puedo recomendarles que, en su desenfrenada ansia de conocimiento empiecen a leer libros de autoayuda, porque en muchos de ellos, quizá en la mayoría, se predica la humildad. Y es evidente que mucha falta les hace.

Los que desprecian nuestro gusto por la saga de La guerra de las galaxias deberían atender a dos cosas: la primera, es que si hablan con tanto desparpajo de Cortázar, es un deber recordar que a Oliveira le “costaba mucho menos pensar que ser”; y nunca deben olvidar que en Ciudadano Kane, “Rosebud” es la palabra escrita en el trineo de su infancia, que se quema al final de la película, y representa todo aquello que Charles Foster Kane no pudo disfrutar por su soberbia, por darle la espalda al placer de ser un niño.

Que la fuerza los acompañe y vayamos todos a pelear contra el imperio.

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Editor de contenidos en la Revista Consideraciones. Profesor de la UNAM y estudioso del comportamiento de los gatos. El lenguaje lo es todo.