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La CH está de luto: fallece Chespirito

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Monsetitta

29 noviembre, 2014 @ 12:30 am

La CH está de luto: fallece Chespirito

 

Tarde de viernes capitalino, más de uno está pensando en sus planes para la tarde, en la quincena o en que es fin de semana y podrá mandar todo a la chingada. De repente, en la actualización del timeline, el muro de Facebook, se atasca de la misma noticia: Ha muerto Roberto Gómez Bolaños, #RIPChespirito.

Gómez Bolaños, hombre de 85 años de edad, dedicó gran parte de su vida a  Chespirito, (Adecuación humorística y mexicanísima de Shakespeare). Chespirito entró a los hogares mexicanos a través de las pantallas de televisión, donde creó todo un mundo, habitado por personajes con CH, el chanfle, el chompiras, el chapulín, el chavo, el chapatín, el chifladito o chaparrón.

Podría asegurar que prácticamente cualquier mexicano conoce a Chespirito. En algunos casos, el mexicano  se convirtió en su gran fan, en otros casos en gran detractor. La razón por la que una u otra opción son posibles es la misma: Televisa.

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La historia de Gómez Bolaños no podría ser contada sin la plataforma que le respaldó a lo largo de toda su carrera. Fue en Televicentro donde Chespirito comenzó como escritor para Los súper genios de la mesa cuadrada. Fue en el Canal 8 donde el Chavo habitó por tanto años, e incluso la televisora convirtió al hombre en animación eterna, disponible en la versión Chavo Animado. Pero ¿por qué dejar que el humor de un hombre inundara tanto tiempo las pantallas?

La razón era sencilla, Gómez Bolaños tenía la formula. Retomando ciertos elementos de Chaplin y la comedia clásica,  el también escritor, creó un mundo fijo, entendible para todos, de roles bien establecidos, con situaciones inocentemente graciosas y repetitivas.  Amable para el público, el humor de Chespirito tomaba el amargo ambiente de una realidad mexicana difícil, donde no tener dinero era la regla,  vivir en la vecindad no era tan malo, la educación era pésima pero graciosa, los ladrones eran torpes y los policías bonachones.

Todo mundo sabía que eso no era cierto, pero ese es el chiste de la ficción ¿no? El mundo de la CH fue necesario para muchos mexicanos, que daban su rating como voto de confianza a Bolaños, esperando a cambio una carcajada familiar.  No obstante, a contra luz de los ojos críticos, los programas de Chespirito resultaban clasistas, con cierto machismo, maniqueos y que fomentaban el conformismo a cambio de un chiste bobo.

Sin embargo, el mundo de la CH no es el mundo, y muchos mexicanos no lo supieron. El monopolio de Chespirito en la programación mexicana fue una acción deliberada de Televisa  contra de la creación de otros contenidos, distintos a los de Bolaños, creados para educar (a veces sin entretener). En el universo del rating, la educación es algo secundario.

Chespirito se convirtió en un referente cultural de las masas –cabe recordar el gran éxito de sus programas en todo el continente americano-, en un cliché de la industria cultural que repite hasta el cansancio los sketches ya conocidos, en un referente de lo comercial (homenajeado cada que la empresa lo considera necesario) y  convertido en todo tipo de mercancías.

Pero  también en la remembranza de muchas personas, que más que recordar al humor de Chespirito, recuerdan la imitación del primo al chavo, las carcajadas de su padre frente a la televisión, la inocente risa al ver la cadena de electrocutados por un foco, la repetición del juego de los caquitos o la imagen de Kiko cuando se comió el despertador.

Hoy muere Roberto Gómez Bolaños, el hombre que  tuvo el acierto de saber hacer reír, y los correspondientes errores de hacer reír de modos no adecuados, o en momentos no pertinentes. Lo que no muere es el mundo de Chespirito, al que le deparan dos espacios: el pensamiento de millones de televidentes y el trágico destino de la mercancía.  En un mundo como el nuestro, los dos espacios no están de ninguna forma separados.

Descanche en pach.

 

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Internacionalista por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha dedicado mucho de su tiempo a explorar los textos y los hechos para conocer los enigmas de su concepción. Como quien observa, juega a adivinar por qué dialogan y se mueven los actores más allá de los hilos invisibles. En sus ratos libres cultiva las conversaciones, defiende el café y descubre su voz propia de muchas formas.